domingo, 12 de mayo de 2013

Karánsebes, una panchitada histórica.


Posiblemente nunca ocurrió, y mucho menos tal como se cuenta. Pero la leyenda urbana sobre la batalla de Karánsebes (Rumanía, 1788) nos desliza una moraleja sobre el egoísimo, la falta de disciplina y la deficiente preparación.

El cuento, que se non é vero é ben trovato, necesita una pequeña introducción al situarnos en las campañas de peña que llevaba siglos metiéndose de tortas regularmente en la región: el Imperio austríaco y el de la Sublime Puerta, los turcos. Los primeros componían un ejército bastante de chichinabo con huestres de su muy diverso Estado (húngaros, lombardos, rumanos, checos, eslavos, de todo) cada uno con su idioma y sus muy pocas horas de instrucción. Se les enseñaba a cargar y disparar el fusil, no hacerse daño en el proceso y que cuando esos señores que iban vestidos como oficiales gritaban en alemán "adelante!" había que seguirles. Poco más. A esta chusma les iba a dar Napoleón hostias como panes pocos años más tarde, así que cualquier barbaridad sobre ellos tiene verosimilitud.

 Barbaridades que siempre han sido gustosas de practicar por los otomanos, que no es que estuvieran mucho mejor que sus contrincantes pero que todavía causaban gran pavor entre ellos; la afición al empalamiento fácil es lo que tiene.

Cuenta la historia que el abigarrado ejército austríaco avanzaba buscando fiesta cuando deciden que por hoy basta de caminar y mejor montar campamento. Como mandaban los manuales de la guerra, envían a unos húsares para reconocer el terreno delante de ellos. Estos jinetes eran soldados bastante especiales: se esperaba que no entrasen mucho en combate, pero tampoco que vivieran más de 35 años a riesgo de ser considerado cobardes, y su ocupación rutinaria era ser lo más macarras, puteros y borrachos posible. Y como todo lo que tiene que ser acaba siendo, esta partida se encuentra con unos cuantos barriles de priva. Party hard! dirían en alemán mientras arrancaban los tapones con los dientes y preparaban su botellón diocechesco.

Estarían versionando la enésima canción regional cuando llegaron otros colegas que claro, exigían que les invitasen a compartir el botín. Cosa que un húsar como ustedes se pueden imaginar y Dios manda, no va a hacer en la puta vida. Pues ya la tenemos montada. Vuelan las tollinas, hasta aquí todo normal, pero a alguien se le escapa un tiro. A otro alguien despistado se le ocurre que los moros deben andar por ahí, y grita "türken, türken!". Y por muy borracho estés y muy húsar que seas, cuando escuchas eso sales por patas hacia tu campamento. 

Los gañanes que estuviesen de guardia verán que alguien muy exaltado cabalga hacia ellos y como cuando eres un panchito tus prioridades son: 1) salvar tu culo y 2) salvar tu culo, abren fuego, no vaya a ser que sean malos de verdad. Pero no lo son, ante ese recibimiento tan poco amistoso berrean como locos que "Halt!" que "Halt", coño, que somos germanos de bien, borrachos como ha de ser. 

Pero el miedo es libre, el idioma rumano difícil de olvidar y el acento austríaco defícil de pillar, así que tú entiendes "Alá, Alá". La tenemos liada parda otra vez. Más tiros, y más pronto que tarde algún gilipollas se pone a disparar a cualquier cosa que ve y no le suena. Éste naturalmente hace lo mismo  y devuelve el fuego. El rosario de la aurora.

En fin, todo bastante familiar cuando estás en medio de una puta turba. El resultado es bastante previsible, desbandada general del ejército imperial, muertos a cascoporro, material abandonado como si no hubiese un mañana y los turcos que llegan allí a los pocos días flipando en colores.

Cosas así se ven regularmente en muchas partidas de airsoft, e incluso en eventos muy pros de simulación militar donde va gente muy pro y todo el mundo habla muy bien de todo el mundo. Tampoco vamos a escandalizarnos ni hacernos los sorprendidos e indignadísimos porque unos tengas cosas importantísimas que hacer. Como aprender a montar su tienda de campaña que compraron ayer. De noche.