lunes, 25 de febrero de 2013

En caso de duda es mejor quedarse en casa.




Imagino que muchos de los que tiramos por esta entelequia de la simulación militar lo hacemos para darle un poco de épica a nuestra vida tan rutinaria. Tan fácil. No encuentro salvaje satisfación en la piscina (un entrenamiento que odio hasta la náusea) ni en patear una docena de kilómetros de asfalto (dicen que se sufre mucho, la soledad del corredor de fondo y tal, pero no sé que quieren les diga, tendré que preparar maratones) ni mucho menos en la bici, que me aburre y amedrenta a partes iguales y solo lo empleo para moverme por la ciudad precisamente en un ejemplar de todo menos deportivo. Levantar pesas tampoco es demasiado estimulante, aunque me place hacer planes de futuro. Conducir rápido directamente me aterra.

Y esa es toda mi experiencia formal con el deporte. Porque tampoco he sido requerido por los caminos de experiencias difíciles o desesperadas. Nunca he pasado hambre, frío o miedo de verdad, de ese de la línea roja que te dice que estás a un paso de no contarla. No creo que sea temeridad o falta de perspectiva; simplemente no las he pasado tan putas. Nunca me he roto un hueso ni cortado nada que no pudiese cerrar. Siquiera una buena pelea. A buen seguro si estuviese en un andamio desde los doce años se me habrían quitado estas cuitas.

Debe ser por eso que nos metemos a jugar a la guerra y a la aventura (o viceversa) de modo bien seguro y voluntario. Tampoco en eso me he metido mucho tute, por mucho lanzarse de coches en marcha, caminar de noche a medio palmo de una caída de la ostia o estar a dos minutos de que te caiga una buena parte de todo el peso de la ley. Puede ser divertido, y en el momento en el que te está pasando desearías estar en cualquier otra parte, pero cuando vuelves a casa con tu chica y perro piensas que no ha sido para tanto. Que lo bueno de verdad estará en la montaña, en el bushcraft hardcoreta o en estar atado a un brick de Don Simón que te calzas en un banco de plaza simplemente para no sufrir tanto.

Era de noche hace pocos días, en un training. La OPFOR nos perseguía con linternas, nos tenían trackeados los muy hijos de puta. Corría llevando a mi grupo cuando la solución más razonable parecía descolgarse de una pared que tampoco parecía muy alta. Lo era, claro, y de la caída tres metros no me salvó ni Dios. No pasó nada, para variar (un par de muescas para el MAP en AOR1 serán adecuadas, pensé) pero mis dos sensatos compañeros quedaron descolgados. Ellos no saltaron. Sea como fuere, nuestros perseguidores se desvanecieron de modo que la posición no quedó tan comprometida salvo para mí, incapaz de escalar la pared y con la única salida de atravesar un mar obscenamente denso de vegetación punzante. Quedáos aquí y que no os vean cabrones , me reagruparé con vosotros, les dije. Esperad un rato si tenéis la bondad.

En fin, un buen rato abriéndome paso a codazos (gracias a Dios llevé un buen smock y no una camisa liviana) entre literalmente un muro de recios, desafiantes tojos más altos que yo. Muchos años de esplendor inmolestado tenían los tojos. A unos pocos centímetros por minuto de avance, tras vencer con mi peso la floresta apoyándome en sus púas, levantando los pies hasta la altura de las rodillas. Algo bastante cansado y ciertamente estresante. Sin encender la linterna, que para algo estamos entrenando. Durante un buen rato hasta que pude abrirme paso hasta un camino y de ahí de vuelta para proseguir con mis compañeros. Ahí en el medio sabía que más tarde que pronto acabaría dando con mis pies en el sendero, cagarme en todo mientras quitaba las espinas de las botas. Treinta, sesenta minutos, no iban a ser más. Pensaba en qué cojones estaba haciendo ahí, en vez de pasar la noche en casa viendo militaryphotos o una de Truffaut, tan ricamente con mi batín y a cubierto. O si tocaba trabajar, poniendo música como un rey para que las bronceadísimas chicas estuvieran contentas.Imbécil, que eres un imbécil.

Horas más tarde, ya con la amanecida, en el bar de la lonja almorzando. Ginebra, cerveza y churros. Pensando en lo bien que estaba ahí. Aparentemente atrapado en el entramado de pinchos, pero con la certeza de que tampoco iba a sudarla mucho. Y que tenía que hacer eso de escribirlo en un post, como me concedí en un instante de distracción entre zancada y zancada.