Hubo una partida que nos creímos demasiado jefes y acabamos bien jodidos. Por tontos del culo.
Veníamos pocas semana atrás de una serie de juegos en los que cuatro emboscábamos a quince y nos los cargábamos, de llamarnos por radio pidiendo ayuda y cuando aparecíamos al trote por detrás del enemigo aplaudían con cara de haber visto a Santiago en Clavijo. De cuatro tíos ganar solitos partidas de 80. Cosas así, de veras que no miento. De las que le hacen creerse al nás pintado que lo que le echen, se lo va a comer a bocados.
Veníamos pocas semana atrás de una serie de juegos en los que cuatro emboscábamos a quince y nos los cargábamos, de llamarnos por radio pidiendo ayuda y cuando aparecíamos al trote por detrás del enemigo aplaudían con cara de haber visto a Santiago en Clavijo. De cuatro tíos ganar solitos partidas de 80. Cosas así, de veras que no miento. De las que le hacen creerse al nás pintado que lo que le echen, se lo va a comer a bocados.
Esta vez tocaba algo menos intenso, de más duración y a unos muchos cientos de kilómetros, ambientado en el desierto afgano. Claro, estábamos a tope: Oh, cojonudo, dos días, vamos a pasar la noche cazando talibanes, no vamos a dormir, no hace falta llevar nada de acamapada.
Pero qué tontos del culo.
Total, que nos plantamos ahí. A bajo cero de noche. Con el DDPM y poco más. Con tan poco equipo que el que tenía un shemag tenía un tesoro, pero había que turnárselo. Defendiendo una mierda de base, estáticos, al puto raso con sacos de dormir en verano. Cada vez que se escuchaba una voz de alerta o algunos tiros salíamos disparados para repeler la amenaza (el resto de nuestro bando, todavía más inútiles que nosotros, no estaba muy por la labor) y de paso quitarnos un poco ese frío terrible. Yo tenía las botas encharcadas -pude incorporarme, pero los pies congelados no reaccionaban y acabé de morros contra el suelo. Tuve que arrastrarme un trecho hasta una roca para poder tener alguna posición de tiro.
Por si fuera poco, en aquella época andaba con demasiada afición a empolvar la nariz. De concentración no andaba muy fino y de irascibilidad no digamos. Me comporté como un cretino, la verdad.
Desde aquel infausto evento, todas las actividades las planeo para que eso nunca, jamás se repita. Mis chicos conocen esa obsesión machacona por aprender la lección y prepararse para toda contigencia.
El lamentable espectáculo de cuatro tíos inmovilizados por el frío, con la disciplina cogida por hilos, tentados por abandonar como hicieron muchos, pegados entre sí como cachorros de días, sin un miserable toldo y sin prendas de abrigo en una noche a bajo cero.