Cuando me veo en el campo de juego con gente a la que no conozco, en los descansos rompo el hielo contando sus historias. Gesticular como él e imitarle la voz ayudan a que el público no dé crédito primero, alucine después, vuelva a pensar que me lo estoy inventando y estalle a reír. Naturalmente lo hecho muchísimo de menos porque entre que algunas historias las olvido y otras las tengo ya trilladas, me voy quedando sin repertorio.
Como toda buena narración, tiene una conclusión al final que además, es abierto. "...y se metió en el Ejército!" Naturalmente siempre exagero.
Hache era como Homer Simpson, un personaje de dibujos animados, pura humanidad. Una caricatura encarnada en cuerpo rechoncho, siempre sonriendo, siempre amable. Como un niño grande, curioso, indiscreto, ajeno a las convenciones sociales. Con el conocimiento justo para pasar el día.
Nos apareció un día, hace ya muchos años, después de apuntarse vía foro DOGS a una partida. Su particular sintaxis y modo de hilar el discurso nos había puesto en aviso, como pasa tantas veces con quien se expresa por escrito.
Un día de invierno y frío terrible se materializa un Citroën AX que con las ventanillas bajadas deleita a todos los que allí esperábamos con una tonadilla rapera. Desde el puesto del conductor hace un gesto característico, moviendo el antebrazo derecho con la mano medio extendida. Se presenta. Dice que es Hache y le gusta el hip hop.
Es pequeño de estatura, rollizo, de piel cetrina, frente magra, ojos y boca muy pequeños. Es un manual de antropología a primera vista, de etnología en lo sucesivo: se me pega encima preguntándome mil cosas sobre esto y lo otro con un candor extraordinario. Habla atropelladamente y sin vocalizar, es difícil seguirle el hilo. Me muestra la Desert Eagle que acaba de comprar mientras explica que de tanto que le gusta el mundo gangta eligió esta pistola cromada, y acompaña de un show visual donde adopta todas las posturas que ha visto en las películas de negros. Empuña con las cachas paralelas al suelo, hey brother, dice. Yo soy un poco hijo de puta y exploto la mina todo lo que puedo, embelesado.
La visión del mundo de Hache es extraordinaria. Comienza la partida: somos un grupito que avanza entre los frondosos helechos que nos cubren hasta la cintura. Él va de último con su M16, sin referencias raperas esta vez. Es todo tensión, contrae la mandíbula y pone unos ojos alucinados que dan miedo. Dirige el fusil hacia todo lo que le llama la atención. Un tronco caído. Una lata de refresco del suelo. Lo insondable del bosque.
Los de la vanguardia creen ver al equipo rival, echan rodilla a tierra. Hache, que sigue en la zaga ve como en un pestañeo sus amigos han desaparecido entre la maleza. Medio minuto después, no parecen haber visto a nadie y se incorporan desde el mismo punto en el que se había agachado. Reciben varios disparos de M16 desde detrás, un bonito episodio de fuego amigo. No había asumido que quien desapareciese de su visión para dejarse ver de nuevo era la misma persona - su compañero, en este caso.
El episodio se repitió en los siguientes minutos hasta conseguir una hazaña como matar a todos sus compañeros. Era solo el principio de la carrera de un personaje excepcional.
Como otros grandes cómicos, Hache tenía su partenaire. A lo Abbot y Costello trasladados al rural gallego profundo, pasados por el triturador de Valle Inclán y un toque de Cela, a su compadre podríamos considerarlo rayano al retraso mental y por eso tampoco nos cebaremos. Era completamente dependiente de nuestro héroe, que le trataba despóticamente. A cambio, Ele -que así le llamaremos- se desvivía en adquirir los gustos y aficiones de su amigo, como el ir a jugar al airsoft, pero quejándose permanentemente de todo. Pasaba verdadero pánico durante la partida como nunca he visto a nadie, sudaba abundamentemente y goteaba su diminuta nariz donde apoyaba, al final de ésta, unas finas gafas sin montura.
Ele entró en la leyenda al caminar, tambaleándose por los nervios pero con expresión triunfal, hacia nosotros al final de una partida de capturar la bandera. Lo habíamos colocado a medio metro del objeto a defender y verlo después de que el equipo rival cogiese nuestra bandera nos llenó de extrañeza. Preguntándole qué había pasado, se secó el sudor de la frente para contestar con voz trémula algo como "lo he logrado, sobreviví" detallando cómo se hizo un ovillo en un agujero.
También colocó un láser sobre su Glock26 de tal modo que solo podía accionar el gatillo con el dedo corazón. abrazando la empuñadura solo con el pulgar. Pasaron semanas hasta que supo que el láser era visible también desde el otro lado. Era común ver una luz pequeña y rojiza desde la maleza, muy a lo lejos.
Hache, humorista a su pesar, guardaba enorme talento para el espectáculo y el entreteniemiento. No se cortaba en proferir frases desafiantes engolando la voz, guturales y poco definidos gritos como "no me cogeréis con vida" mientras se retiraba a trompicones. Solía acompañar esas huídas disparando lo que tuviese -pistola, fusil- hacia atrás, sin mirar.
Sin embargo, no todo eran alegres charlotadas. Incapaz de hacer cualquier cosa, por insolentemente sencilla que fuese, a derechas, muchas veces provocaba el enfado de sus compañeros que intentaban trabajarse la partida. Su escasa capacidad de comprensión, limitada habilidad comunicativa y delirante percepción de la realidad le convertían en un estorbo en el juego cuando no en un verdero peligro. Gustaba de soplar por el cañón de la Desert Eagle amartillada, con el dedo en el gatillo, para que "no quedase así, como en tensión".
Quizás el máximo episodio que protagonizó fue antes y durante una de las celebradas milsim (para 2006) que organizamos DOGS en ese profundo, misterioso y complejo campo de Lugo. Cuando se convocó el juego con semanas de antelación, Hache insistó en su intención de asistir. Le explicamos que ese no era su tipo de partida, que no le iba a gustar, que no iba a haber muchos disparos, que se iba a aburrir. Nada de eso importó en su determinación, así que como mal menor le incluímos entre el staff de organización.
En aquella avanzada (para la época) partida nosotros la organización, junto a amigos escogidos interpretaríamos a la guerrilla africana haciendo maldades. Básicamente montamos un campamento e hicimos "vida normal chabolista" durante unos dos días para que los buenos recolectasen información sobre nosotros.
El equipamiento de Hache para dos días de campamento se limitó a seis litros de coca cola (que usualmente bebía con frenesí) y una caja de Panteras Rosas. Como armamento, un fusil y su Desert Eagle. Creo que se mentalizó para hacer el rol de un guerrillero africano por su actitud más distante de lo habitual la mayor parte del rato.
Se metió dentro de uno de los hoyos más alejados que habíamos cavado a modo de trinchera, él solo mientras los demás compartíamos con otro.
No faltó mucho para que hiciese de las suyas: a primera hora de día, mientras montábamos todo el atrezzo y los jugadores siquiera habían llegado, él ya veía regularmente en el bosque a enemigos. Quizás fuese una especial percepcion de los seres de la naturaleza, pero durante la noche gritaba a voz en cuello que veía a dos enemigos, uno con prismáticos y otro con un G36. Cosas así. De noche. Al principio le hacíamos caso, pero al pasar las horas continuaba avisando. "Necesito refuerzos, hay cuatro enemigos!" "Joder, vienen hacia aquí, hacedme caso!"
En estas, mientras entonábamos cántico un africano o simulábamos peleas para entretener a los equipos de reconocimiento enemigos, hacíamos sonar en una pequeña radio música local (del África negra) en la que por suerte había algún tema rap. En ese momento venía de la penumbra la figura grotesca de Hache caminando como sus ídolos. Venía con parsimonia, dejaba caer un "yeah, yeah" y retornaba hacia la oscuridad y su aguajero.
En determinado momento una pareja de otra trinchera elevó el volumen de su conversación y soltaron sonoras risotadas. Algo se encendió en la cabeza de nuestro protagonista, que abrió fuego con todo lo que tenía sobre los compañeros que llevaban ahí todo el día y toda la noche a la vez que naturalmente, pedía refuerzos. Los que soportaban las bolas sobre su cabeza lejos de preocuparse rieron más fuerte y no se les ocurrió otra cosa que lanzar una luz química al cielo. Esto encendió el terror y la sorpresa de Hache, que maníacamente seguía reclamando ayuda mientras todo el campamento de la sanguinaria guerrilla africana era una coña.
Más tarde, ya somnolientos, se pudo escuchar los pasos de un gran animal en el perímetro del campamento: una vaca despistada. Al otro animal no se le ocurrió cosa mejor que reclamarla haciéndole "muuu, muuu" con tal suerte que la res quería hacer buenas migas con nuestro amigo.
De cuando en cuando, ya aburridos de tanto hacer el cretino/africano, disparos desde el habitual agujero nos sobresaltaban.
-Qué ocurre, Hache?
-Estaba mirando si la pistola aún tenía munición, señor.
Desde luego cuando al amanecer nos cayeron encima treinta tíos de la movida contrainsurgente, Hache ya había consumido sus bolas en comprobar si le quedaba.