miércoles, 30 de octubre de 2013

De la vez que tuve medio a morir en un evento de haisoft

Cuántas horas llevo despierto? Dios, me da miedo mirar el reloj. Si hago cálculos, me muero del canguelo. Son varias  horas más de las aconsejables y pasan mogollón de las razonables. Estás despierto de pura casualidad. Podrias no estarlo. Quizás sería mejor no estarlo.

La vez que más miedo pasé en esto de andar con cosas que parecen armas por el monte -entendamos miedo como la posibilidad medio cercana de quedarnos ahí, pajarico-  fue volviendo en coche de un evento. Al volante.

Pánico.  Parar a descansar? Vaya mariconada. Cuanto antes lleguemos, antes vamos a buscar a nuestra churri para follar hasta caer muerto  descansamos. Triunfales. Here we are, born to be kings.

Habían sido dos días, de no mucho esfuerzo pero sin dormir nada. Yo estaba con la organización guardando un par de rehenes, ya saben, no se vayan a escapar. Acaba la partida, asalto final -como en todas las partidas en las que la peña aguanta- y todo Dios con un subidón de la polla. Tantas horas esperando a los tiros y venga, del interminable acecho al puto asalto. Venas del cuello hinchadas.

Eso dura un par de horas, como mucho. La gente que monta churingos debería tenerlo en cuenta: después de eso llega el bajón y te quieres morir. No estás para nada. Pero en el momento, entusiastas apretones de manos, sinceros "nos vemos en la próxina" y para el coche, camino a casa. Quizás aún mostrase una L en la luna posterior.

Mi colega de viaje -eran solo 50 minutos de autovía- uno de los rehenes, duró despierto unos diez minutos. Del efusivo "la partida fue la bomba,no puedo parar de hablar de lo emocionante que ha sido" a babear con el mentón sobre el esternón, en un pestañeo.

Estaba jodido.

Nada, nada ha sido tan duro como aquello. Insisto: nada. Ni carreras al límite de las fuerzas, ni crestas empujados hacia al abismo por huracanes, ni ciénagas corridas a ciegas, ni pollas. Mantenerme despierto al volante del Xsara durante diez, veinte minutos más. Pasan muy largos. Cuentas primero hasta treinta, que es medio minuto. A los veinte pierdes el hilo y debes volver a empezar. Es desesperante. Cuentas las pulsaciones, piensas en movidas excitantes para que vayan más rápido. Es inútil. Bajan. Mucho. Todo es lento.
La cabeza se te cae sin que te percates. Pierdes el sentido. Te desvaneces sin querer, pero evitando por todos los medios que ocurra. Silencio. Atrona el "brrrrr" de las gomas contra las líneas, como el cañón de un A10. Te estás saliendo de la carretera y estás sobado, poca broma. Un susto de la ostia. Late el corazón a tope...durante unos segundos hasta que vuelves a las andas. No puedes más. Cuando "no poder más" significa exactamente eso. 

Por qué no parar? Oh, bueno... malo será que no aguantemos hasta la siguiente área de servicio. Allí haremos un alto si  nos vemos jodidos.

Unos minutos más. Cantas, cuentas historias en voz alta, haces una fuerza ridícula para mantener los ojos abiertos. Muy ridículo todo, pero todo vale.

Y sin saber muy bien cómo, llegas a casa. Dejas al colega. Hijo de puta, qué bien sienta dormir cuarenta putos minutos, eh. Encaras hacia el hogar en la definición perfecta de piloto automático.  Y venga. Ya.

[por si las] moscas



Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas,
ni brilláis cual mariposas;
pequeñas revoltosas
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.


Vale que como que como al menor de los Machado, medio gitano medio parisién y toda esa mierda para dismular lo mucho que le gustaba la droja, las moscas sean algo ajeno y a la vez familiar.

Es cojonudo que las moscan te puedan hacer sentir como un niño africano carne de cámara de informativo o como orgulloso campeón cuando te están comiendo. A su puta bola. Con su aleteo insistente. Perpetuo. Ese zumbido constante. Que no se ahuyenta por muchos manotazos que propines al aire. Furioso las primer ahoras.  Automático las sucesivas.

Menos mal que la mayoría son diurnas y te joden solo la mitad -más o menos- del día. Si sirve de consuelo, o de medalla, solo van hacia la materia putrefacta o la fecal. 

Cuando hueles a mierda.

Mira que insistí en pillar la pintua facial con repelente para insectos. Pero donde había crema ahora solo hay mierda mezclada con sudor.

Es asqueroso, pero es victoria.

La pequeña, claro, que es aguantar. La segunda es perseverar y seguir ahí cuando lo que te mereces es una ducha y quitarte el apestoso unirforme, Dios, qué repugnancia damos, pero nos abrazaríamos por haber llegado hasta donde estamos.

Desgraciadamente, las moscas solo abundan en verano y en altitudes bajas, como unos 1300 metros máximo cambio climático incluído. En invierno las cosas son más jodidas y más tristes, incluso.

Así que si hay moscas, tampoco están tan chungas las cosas. Siempre podía venir el puto Yeti.

martes, 22 de octubre de 2013

Es un rollo hacerse viejo



Imagino que envejecer es darse cuenta de que las cosas cambian. No debe ser fácil cuando aquello en lo que con tanta firmeza creíamos asoma grietas de derribo o el paso de tiempo acaba por ajar la arcadia feliz de nuestro recuerdo.

Claro que no. Todos necesitamos mitos, iconos y tótems, y seguro que algunos de ellos han guiado a los hombres a metas muy loables y muy elevadas

Otros son como más de andar por casa, nacen fruto de un contexto, una necesidad, la cubren durante su vigencia y cuando un sustituto solventa su misma misión con más eficiencia, éste le reemplaza. Sin más drama, aunque hay abundantes ejemplos tan estúpidos como trágicos; ya saben la historia famosa del rouge c'est la France llena de cerril orgullo por la tradición y menosprecio de los hombres.

Algunos grandes referentes hablan por sí mismos, y su mensaje es tan claro, distinto y conmovedor a través de los siglos que no entienden de para qués. Porque a fin de cuentas eso de que la forma sigue a la función es cosa de antes de ayer. Y lo de elevar el producto industrial a la categoría de icono, directamente de ayer.

Una cosa sería querer ponerle diálogos a Metropolis o tatuar el brazo a la chavala del desayuno sobre la hierba y otra el pillar uno de los cientos (miles?) de Ford Thunderbird sobrevivientes y pintarle unas llamas mexicanas. Precisamente porque es un producto industrial fabricado en masa y no un objeto único e irrepetible, por mucho que queramos elucubrar sobre su condición icónica.

Por eso no puedo evitar sonrojarme cuando la peña suplica por un cáncer en los ojos y exije penas gravísimas ante la visión de armas históricas a las que generalmente irónicos entusiastas modifican según las modas que van llegando en un divertido ejercicio de improbable diálogo tecnológico. No hay que irse tan al extremo, ya que no es difícil encontrar a quien le parecerá aberrante un Kalashnikov con cualquier ayuda a la puntería moderna. Imagino que esto responde a un excesivo apego al icono por lo que para muchos representa, y si suele ir ligado a la ideología ni les cuento. Piensen en el tremendo shock que para un añorador del Paraíso de los Trabajadores supondrá ver a ese exportador del socialismo en calibre 7.62x39 mancillado por los vicios occidentales como tener elementos que mejoren la eficiencia de un diseño y digan "no soy un potencial usuario negligente, confía en mí"
Tampoco hace falta mirar hacia otras latitudes para encontrar cofrades del tumultuoso sector de adoradores de lo resistente-y-fiable, todos conocemos a nuestros mayores recelosos de cualquier cambio en el patrimonio de sus recuerdos. A ellos no les hacía falta nada más, claro. Todo son mariconadas, pijaditas, cosas de ricos a los que ay, no saben en qué gastar el dinero. Hasta que las pruebas y oh sorpresa. Porque pese a modas, malos diseños y peores usos, lo eficaz se impone cuando está en igualdad de condiciones.

Porque quizás de eso va todo, (o no). De la función y la eficiencia. Sabemos que es menos romántico y algo más complicado porque lo fácil es darse golpes en el pecho, bromar que si cojones, de tradición y decir que lo bueno es no necesitar nada más que algo muy brutote.

Todo es susceptible de mejorarse, y el que lleve usándose mucho tempo de un modo no significa que sea lo ideal. Siempre ha habido cosas que pinchan. El primer fulano que hizo una funda para la espada y no irse cortando por ahí fue un genio, el que se puso una cuerda a la cintura y la colocó ahí para llevar las manos libres, un lumbreras de la ostia. Seguro que entre cada uno de esos acontecimientos pasaron mogollón de años.

Pero no fue hasta los 1860 cuando otro tipo vio que era jodido desenvainar con la mano derecha sin utilizar la izquierda (en este caso, porque un cañonazo en la India le voló el brazo)  así que se inventó un puto cinturón con una correa hasta el hombro para arreglarlo. La Reina le puso una medalla e hizo que su invento llevase el nombre de su creador, Sam Browne. 




No se conocen casos de oficiales que rehusasen llevarlo porque les pareciese deshonroso, aberrante o descardamente rupturista. Arreglaron un problema que ya tenía miles de años, funcionaba y sería estúpido no incorporarlo.

martes, 11 de junio de 2013

Si te encuentras luchando un combate justo, es que tu táctica es una mierda (panchitada histórica II)


Leo en el imprescindible blog Forgotten Weapons una llamativa historia a su vez extraída del libro Guns on the Early Frontiers que para que ustedes intuyan por donde van los tiros,  titula "luchar con justicia es luchar estúpidamente":

En 1576 el Capitán Solís, comandante de la guarnición de San Felipe, en las cercanías de lo que fue el Port Royal de los hugonotes franceses, ejecutó dos indios, uno de ellos jefe. Del mismo modo Solís había exigido que la vecina Cusabo aportase a la guarnición una cantidad de maíz y otras provisiones.
Como la comida no les fue proporcionada con prontitud, el Capitán envió a Moyano y veindidós soldados al poblado indio para apoderarse del maíz. Cuando el grupo se aproximó a uno de los asentamientos, algunos nativos salieron a su paso. Les explicaron que la mecha que lentamente ardía en sus armas estaba aterrorizando a sus mujeres e hijos, e indicaron que cooperarían con ellos si los soldados apagaban esas mechas. Moyano satisfizo su petición, para que acto seguidos los indios matasen a todos los españoles salvo a uno y llevasen sus arcabuces capturados hacia Cusabo.

Por qué el bueno de Moyano y sus infortunados cayeron de esta forma tan panchita? Podríamos sintentizarlo por un exceso de confianza en sus superiores armas y entrenamiento, un menosprecio del enemigo (o peor, una no-identificación del enemigo!) y posiblemente una propensión a evitar el conflicto más que a imponer la propia voluntad.

Aquí los espabilados fueron los indios, que aprovecharon el buenismo y falta de determinación de una fuerza muy superior para así desarmarlos, acabar con ellos, preservar los recursos que les iban a ser sustraídos y de paso, acceder a armas de fuego que de otro modo les serían de muy difícil acceso.

Esta panchitada histórica me ha recordado un simpático episodio durante una pequeña partida protagonizado por un colega de equipo. Éste había visto como su rifle se volvia loco y quedaba inutilizado, y pensando en qué hacer estaba él solo merodeando entre entre el respawn y la bandera que el equipo enemigo debía capturar. Por el motivo que sea, se encuentra  conque él es el único defensor cuando aparecen tres jugadores contrarios confiados ante la visión de una bandera solitaria y un señor con las manos en la espalda en actitud contemplativa.

Estás muerto?, le preguntan. Él a su bola, paseando sin mostrarles la espalda donde ya hace rato que quitó el seguro a su pistola. No responde. Insisten. Se van acercando hasta que nuestro protagonista les descerroja varios tiros. 

El pique, claro, es monumental y se incrementa cuando finaliza el juego. Me acerco a comentarles la jugada pero no acaban muy convencidos ("no me parece bien, pero déjalo, ya")... así que el chico acaba después de la partida bastante demonizado por su acción a la que le ponen todo tipo de adjetivos no muy positivos. Hasta lo banean de ese campo.

Yo le comenté que ese tipo de jugadas pueden hacerse en eventos más serios donde la gente sabe que puede exponerse a cosas más complicadas que el identificar uniforme que no es el mío + apuntándome = enemigo y toda variable no   =enemigo  pero que el resultado era previsible con el público del airsoft menos acostumbrado a complejidades.

Porque lógicamente, te quedas con la misma cara de tonto que Moyano cuando ve que el indio le salta encima con malísima intención y tú has apagado la mecha del arcabuz porque él te lo ha pedido. 

Y eso no puede molar  a nadie.


domingo, 12 de mayo de 2013

Karánsebes, una panchitada histórica.


Posiblemente nunca ocurrió, y mucho menos tal como se cuenta. Pero la leyenda urbana sobre la batalla de Karánsebes (Rumanía, 1788) nos desliza una moraleja sobre el egoísimo, la falta de disciplina y la deficiente preparación.

El cuento, que se non é vero é ben trovato, necesita una pequeña introducción al situarnos en las campañas de peña que llevaba siglos metiéndose de tortas regularmente en la región: el Imperio austríaco y el de la Sublime Puerta, los turcos. Los primeros componían un ejército bastante de chichinabo con huestres de su muy diverso Estado (húngaros, lombardos, rumanos, checos, eslavos, de todo) cada uno con su idioma y sus muy pocas horas de instrucción. Se les enseñaba a cargar y disparar el fusil, no hacerse daño en el proceso y que cuando esos señores que iban vestidos como oficiales gritaban en alemán "adelante!" había que seguirles. Poco más. A esta chusma les iba a dar Napoleón hostias como panes pocos años más tarde, así que cualquier barbaridad sobre ellos tiene verosimilitud.

 Barbaridades que siempre han sido gustosas de practicar por los otomanos, que no es que estuvieran mucho mejor que sus contrincantes pero que todavía causaban gran pavor entre ellos; la afición al empalamiento fácil es lo que tiene.

Cuenta la historia que el abigarrado ejército austríaco avanzaba buscando fiesta cuando deciden que por hoy basta de caminar y mejor montar campamento. Como mandaban los manuales de la guerra, envían a unos húsares para reconocer el terreno delante de ellos. Estos jinetes eran soldados bastante especiales: se esperaba que no entrasen mucho en combate, pero tampoco que vivieran más de 35 años a riesgo de ser considerado cobardes, y su ocupación rutinaria era ser lo más macarras, puteros y borrachos posible. Y como todo lo que tiene que ser acaba siendo, esta partida se encuentra con unos cuantos barriles de priva. Party hard! dirían en alemán mientras arrancaban los tapones con los dientes y preparaban su botellón diocechesco.

Estarían versionando la enésima canción regional cuando llegaron otros colegas que claro, exigían que les invitasen a compartir el botín. Cosa que un húsar como ustedes se pueden imaginar y Dios manda, no va a hacer en la puta vida. Pues ya la tenemos montada. Vuelan las tollinas, hasta aquí todo normal, pero a alguien se le escapa un tiro. A otro alguien despistado se le ocurre que los moros deben andar por ahí, y grita "türken, türken!". Y por muy borracho estés y muy húsar que seas, cuando escuchas eso sales por patas hacia tu campamento. 

Los gañanes que estuviesen de guardia verán que alguien muy exaltado cabalga hacia ellos y como cuando eres un panchito tus prioridades son: 1) salvar tu culo y 2) salvar tu culo, abren fuego, no vaya a ser que sean malos de verdad. Pero no lo son, ante ese recibimiento tan poco amistoso berrean como locos que "Halt!" que "Halt", coño, que somos germanos de bien, borrachos como ha de ser. 

Pero el miedo es libre, el idioma rumano difícil de olvidar y el acento austríaco defícil de pillar, así que tú entiendes "Alá, Alá". La tenemos liada parda otra vez. Más tiros, y más pronto que tarde algún gilipollas se pone a disparar a cualquier cosa que ve y no le suena. Éste naturalmente hace lo mismo  y devuelve el fuego. El rosario de la aurora.

En fin, todo bastante familiar cuando estás en medio de una puta turba. El resultado es bastante previsible, desbandada general del ejército imperial, muertos a cascoporro, material abandonado como si no hubiese un mañana y los turcos que llegan allí a los pocos días flipando en colores.

Cosas así se ven regularmente en muchas partidas de airsoft, e incluso en eventos muy pros de simulación militar donde va gente muy pro y todo el mundo habla muy bien de todo el mundo. Tampoco vamos a escandalizarnos ni hacernos los sorprendidos e indignadísimos porque unos tengas cosas importantísimas que hacer. Como aprender a montar su tienda de campaña que compraron ayer. De noche.

lunes, 25 de febrero de 2013

En caso de duda es mejor quedarse en casa.




Imagino que muchos de los que tiramos por esta entelequia de la simulación militar lo hacemos para darle un poco de épica a nuestra vida tan rutinaria. Tan fácil. No encuentro salvaje satisfación en la piscina (un entrenamiento que odio hasta la náusea) ni en patear una docena de kilómetros de asfalto (dicen que se sufre mucho, la soledad del corredor de fondo y tal, pero no sé que quieren les diga, tendré que preparar maratones) ni mucho menos en la bici, que me aburre y amedrenta a partes iguales y solo lo empleo para moverme por la ciudad precisamente en un ejemplar de todo menos deportivo. Levantar pesas tampoco es demasiado estimulante, aunque me place hacer planes de futuro. Conducir rápido directamente me aterra.

Y esa es toda mi experiencia formal con el deporte. Porque tampoco he sido requerido por los caminos de experiencias difíciles o desesperadas. Nunca he pasado hambre, frío o miedo de verdad, de ese de la línea roja que te dice que estás a un paso de no contarla. No creo que sea temeridad o falta de perspectiva; simplemente no las he pasado tan putas. Nunca me he roto un hueso ni cortado nada que no pudiese cerrar. Siquiera una buena pelea. A buen seguro si estuviese en un andamio desde los doce años se me habrían quitado estas cuitas.

Debe ser por eso que nos metemos a jugar a la guerra y a la aventura (o viceversa) de modo bien seguro y voluntario. Tampoco en eso me he metido mucho tute, por mucho lanzarse de coches en marcha, caminar de noche a medio palmo de una caída de la ostia o estar a dos minutos de que te caiga una buena parte de todo el peso de la ley. Puede ser divertido, y en el momento en el que te está pasando desearías estar en cualquier otra parte, pero cuando vuelves a casa con tu chica y perro piensas que no ha sido para tanto. Que lo bueno de verdad estará en la montaña, en el bushcraft hardcoreta o en estar atado a un brick de Don Simón que te calzas en un banco de plaza simplemente para no sufrir tanto.

Era de noche hace pocos días, en un training. La OPFOR nos perseguía con linternas, nos tenían trackeados los muy hijos de puta. Corría llevando a mi grupo cuando la solución más razonable parecía descolgarse de una pared que tampoco parecía muy alta. Lo era, claro, y de la caída tres metros no me salvó ni Dios. No pasó nada, para variar (un par de muescas para el MAP en AOR1 serán adecuadas, pensé) pero mis dos sensatos compañeros quedaron descolgados. Ellos no saltaron. Sea como fuere, nuestros perseguidores se desvanecieron de modo que la posición no quedó tan comprometida salvo para mí, incapaz de escalar la pared y con la única salida de atravesar un mar obscenamente denso de vegetación punzante. Quedáos aquí y que no os vean cabrones , me reagruparé con vosotros, les dije. Esperad un rato si tenéis la bondad.

En fin, un buen rato abriéndome paso a codazos (gracias a Dios llevé un buen smock y no una camisa liviana) entre literalmente un muro de recios, desafiantes tojos más altos que yo. Muchos años de esplendor inmolestado tenían los tojos. A unos pocos centímetros por minuto de avance, tras vencer con mi peso la floresta apoyándome en sus púas, levantando los pies hasta la altura de las rodillas. Algo bastante cansado y ciertamente estresante. Sin encender la linterna, que para algo estamos entrenando. Durante un buen rato hasta que pude abrirme paso hasta un camino y de ahí de vuelta para proseguir con mis compañeros. Ahí en el medio sabía que más tarde que pronto acabaría dando con mis pies en el sendero, cagarme en todo mientras quitaba las espinas de las botas. Treinta, sesenta minutos, no iban a ser más. Pensaba en qué cojones estaba haciendo ahí, en vez de pasar la noche en casa viendo militaryphotos o una de Truffaut, tan ricamente con mi batín y a cubierto. O si tocaba trabajar, poniendo música como un rey para que las bronceadísimas chicas estuvieran contentas.Imbécil, que eres un imbécil.

Horas más tarde, ya con la amanecida, en el bar de la lonja almorzando. Ginebra, cerveza y churros. Pensando en lo bien que estaba ahí. Aparentemente atrapado en el entramado de pinchos, pero con la certeza de que tampoco iba a sudarla mucho. Y que tenía que hacer eso de escribirlo en un post, como me concedí en un instante de distracción entre zancada y zancada.