lunes, 20 de febrero de 2012

07.25

Mientras espero a que Niño salga del portal con Raptor y funda inequívoca en no se qué estado (es noche de día feriado) con los ojillos diminutos leo el mensaje que acaba de mandarme un compañero de equipo con el que quedaremos dentro de diez minutos. Que si se me fue la mano con los ya clásicos cubatas, me siento un poco mareado y no podré conducir hasta la partida. Lo siento.  Y tal.


Aún no lo sé, pero en mi maletero no viaja la caja con las botas. Y eso que tuve la precaución de dejar el equipaje diáfano en el estudio, para que aunque me quedase yo como Elle Driver en aquella caravana pudiese agarrarlo todo. Pero no fue suficiente, y durante el trayecto y los diez primeros minutos con el DPM puesto el reto es no vomitar (vomitar qué?)  a la vez que mantener los ojos abiertos. Superado eso, todo irá bien.

No puedo evitar no acordarme del que estará ahora en cama, supongo que menos mareado. Lleva poco en el equipo y aunque ha pasado una selection que no es para tomársela a coña,  imagino que todavía no llevará tatuado en la frente el state of mind que dice que no importa nada de lo que hagas con tu vida, salvo estar ahí cuando hace falta estar.

También pienso en un par de años atrás, en el otro amigo al que recogimos hecho un Cristo después de ayudarle a echar la mascada, se pasa cuatro horas de coche sobando, hace una impecable partida de ocho horas con la Minimi a cuesta sin abrir apenas la boca y continúa durmiendo en el viaje de vuelta.

Estas cosas las puedes hacer mientras eres joven. No joven de espíritu ni chorradas de esas: joven en la definición más biológica. Llegas a una edad en la que las resacas te duran tres días y a ciertas horas levantas la bandera blanca e invocas el derecho a parlamentar. No soy un experto, pero debe haber poderosas razones por las que cuidándote muchisimo más, no eres lo mismo que cuando tenías el primer año de carrera en perspectiva.


Sé perfectamente que seguiré tomándome los vermús largos, larguísimos del apertivo, y las copas redondas y pardas, domésticas y nocturnas, hasta que me muera. Y no habrá problema cuando saque barriga y los brazos se caigan y las piernas no me den para cien kilómetros semanales. Porque para eso siempre habrá tiempo. Hace mucho que dejó de ser una carrera contra no se sabe qué.


Sin embargo, el madrugar para ponerte un uniforme y enfrentarte al monte y a otra gente sí tiene prisa. Sí porque antes de lo que pienso no podré hacerlo con regularidad o al mejor nivel. Porque cuando saque barriga, los brazos se caigan y las piernas digan colega, que ya no estamos para verbenas seré una grotesca caricatura vestida de soldado, sufriendo sobremanera por cumplir el trabajo más sencillo. Cuando se apague el fuego de la juventud estaremos bien jodidos.


Para ese día mejor será tener un par de buenas radios, un boli con una libreta y unos galones bien ganados.